11 de marzo de 2004

Fue hace cinco años. Ya cinco. Recuerdo perfectamente que me levanté como cualquier otro día. Desayuné, me duché y me puse el uniforme del colegio. En el autobús todos íbamos tranquilos. Yo seguía repasando un maldito examen de química que iba a tener al día siguiente mientras que sólo aquellos que llevaban una radio se habían enterado.

Al llegar a clase los afortunados que iban en coche y con alguna emisora de noticias conectada daban el aviso: había habido un atentado. Esta vez en Madrid. Chocaba que hubiera sido en la capital pero muchos pensamos que sería una bombita amenazante más a las que desgraciadamente estábamos acostumbrados así que dimos las clases tranquilamente.

En el recreo unos cuantos nos juntamos alrededor de una radio. Al parecer el atentado había sido triple: tres trenes de cercanías de Madrid. Estaba claro que era mucho más grave de lo que parecía. Entonces nos estremecimos cuando oímos que la cantidad de muertos hasta el momento era superior a 60. No se cancelaron las clases pero un profesor permitió que si alguno de nosotros se enteraba de las novedades, bien por móvil o bien por radio, que las comunicara. Antes de irnos a comer había más de 80 muertos. Recuerdo perfectamente el aturdimiento que se mostraba entre todos. No lo podíamos creer. Lo peor fue al llegar a casa a comer cuando caímos todos en la cuenta de lo que había pasado. No había palabras.

Obviamente suspendí el examen de química. Sé que debería haber repasado pero no pude apartarme de la televisión en todo el día. Antes de cenar casi se confirmaba las cifras: casi 200 personas habían perdido la vida. Entre ellos estudiantes, madres, padres, algún que otro niño, algún que otro feto, ancianos… Todos ellos asesinados.

Recuerdo perfectamente ver a la gente corriendo por las calles de Madrid. A los heridos. A los bomberos contando que tenían que contestar a los móviles para confirmar que el dueño del teléfono había muerto… El 11 de marzo ha pasado a la historia de España como uno de los días más negros, horribles y tristes. Tras él se abrió uno de los episodios más vergonzosos de la historia de nuestra Política y de nuestra Justicia. Algo que yo por lo menos no estoy dispuesto ni a olvidar ni a perdonar pero creo que no valen ni siquiera ser mencionados en el mismo texto en el que aparecen los asesinados.

Sus víctimas se merecen, por lo menos, que los recordemos. Descansen en paz.

1 comentario:

Reverendo Gore dijo...

Después la Oreja de Van Gogh comete blasfemias...

Hay dos entradas. Con una vez recordándolo, ya es suficientemente trágico.