
No sé muy bien como describir mi sensación al salir de la sala.
Caótica Ana es una película un tanto larga y empalagosa pero he de reconocer que tiene una serie de escenas y diálogos que consiguieron revolver mi interior. La escena del baile con su padre al son de agárrate fuerte a mí, María hizo mil pedazos mi corazón. La escena en la que Ana recuerda las numerosas muertes de sus antepasadas y las numerosísimas espirales de locura en las que se sumerge la protagonista consiguieron convulsionar mi pequeño y regordete cuerpo.

Asumo perfectamente mis casi ignorantes conocimientos del cine. Tengo claro que no soy quien para poder hablar como un auténtico sabio del cine de Médem (o de cualquier otro). Sé que no soy un entendido. Pero soy persona. Quizá he visto Caótica Ana desde un cerebro un tanto ignorante en esta materia, pero he de admitir que muy pocos elementos audiovisuales han conseguido despertar en mí tantas emociones. Tantas, que incluso llegué a bracear en el cine. Tantas que el paseo solitario de vuelta a casa se convirtió en un auténtico caos interior. Tantas.